lunes, 21 de diciembre de 2009

HISTORIAS DE NAVIDAD: LA CHIMENEA MAGICA

Hola, a todos.
Hoy os traigo una historia mia, de hace tiempo, que se mueve entre las ganas que todos hemos tenido, y aun tenemos, de ver un día, a Papá Noel o a los Reyes Magos y el agradecimiento, a quien se quiere de verdad.
Espero que os guste. Se llama:

LA CHIMENEA MAGICA


ESTOY SEGURO DE QUE
TODOS Y ABSOLUTAMENTE CADA UNO
DE VOSOTROS HA QUERIDO SIEMPRE
DE PEQUENOS VER A LOS REYES MAGOS Y...
A PAPA NOEL
YO TAMBIEN

JUAN PABLO ESTEBAN CONDE

1

La chimenea de su casa ya no tenia fuego. Bueno, la verdad es que era difícil que todos los días lo hubiera. Perteneciendo a la clase baja de un pequeno pueblecito como en el que vivía, no era fácil encontrar lena. Y la verdad es que no era muy normal, puesto que en los pueblos siempre hay bosques y por lo tanto madera disponible para poder hacer lena. Pero, como dice el refrán, donde hay patrón no manda marinero. Y cuando el bosque tiene dueno, un terrateniente de la zona, la cosa se pone harto difícil. Aunque hoy si que había habido lena. Sus padres se la habían dejado para que no pasase frío. La habían ganado trabajando para dicho terrateniente, en su bosque, como hacían tantas y tantas personas. Ese había sido parte de su jornal. Eso y su salario por supuesto. Trabajaban de lenadores. Desde la manana a la noche. Y hoy habían trabajado duro. El terrateniente había accedido a la petición popular de que al día siguiente les diera libre. Era Navidad. Así podría estar con su familia, les había dicho. Eso y que disfrutaran, pues el día 26 tendrían que recuperar, lo que librando ese día, llevaban de retraso. El terrateniente les regalaba lena dos veces por semana, a sus trabajadores. Y hoy, Nochebuena, había sido uno de esos días. Como todas las Nochebuenas, sus padres le habían dejado la lena encendida antes de irse a acostar. El se quedaría a esperar a Papá Noel. Nunca lo había visto. Siempre se quedaba dormido y amanecía en su cama tapado pues, su madre, siempre lo recogía en brazos y lo acostaba. Rom se envolvió en la manta que lo mantenía calentito y se acercaba a las brasas que, aun calientes, le abrigaban del frío. Sus padres siempre le regalaban algo pequeno y humilde. Juguetes que eran viejos y que compraban en la Beneficencia, por poco dinero, pues el jornal que ganaban con su trabajo, solo les daba para poder comer cada día.
Había apagado las brasas por la sencilla razón de que Papá Noel bajaría por la chimenea y, claro, si veía fuego quizás pasase de largo y no bajara. Eso no estaría bien. Pues tendría que esperar hasta el ano que viene para poder volver a verlo. Y él tenia algo importante que pedirle. Y no era para él.

2

Un ruido despertó a Rom. Venía, o al menos eso parecía, de la mismísima chimenea. De pronto, cayó algo de hollín, sobe los troncos, aun con algo de brasas. Algo, o alguien, trataba de bajar por ella. Rom se atrevió a mirar por ella. No podía ver nada, así que iluminó con su candil el hueco de la misma. Al momento, el ruido cesó. Parecía, como si hubieran dejado de bajar. Rom se quedó escuchando durante unos momentos, esperando a que ese ruido siguiera. Pues, creía saber a quien pertenecía su autoría.
Pasó un rato y después otro. Rom, por mas que se empenaba, no podía ver quien era, a pesar de tener iluminado el hueco de la chimenea. Se echó para atrás y se sentó. AL momento, el ruido comenzó a oírse de nuevo. Al momento, Rom se dio cuenta de cual podía ser la respuesta al enigma. Acercó de nuevo el candil al hueco de la chimenea y al momento el ruido dejo de producirse y el hollín de caer.
Apartó el candil y el ruido comenzó de nuevo.
Rom sonrió. En efecto, sabía de sobra quien bajaba por la chimenea.

3

Los padres llevan los regalos de los ninos a sus camas, o los dejan bajo el árbol de Navidad. Sí, los ninos creemos que es Papa Noel o los Reyes Magos. ¿Por qué no? Sonar es gratis y la dulce magia de la Navidad es hermosa. Pero, Rom tenía otra teoría. Y ahí estaba Papá Noel, para corroborársela.

4

Las chimeneas no eran ningún problema. Llevaba toda su vida, y era larga y extensa, bajando por ellas. Pero, lo malo era cuando estaban encendidas. Aunque esta no lo estaba, gracias a Dios. De todas formas, creía tener abajo a un buscador de Papa Noel. Uno de esos ninos que quieren saber qué aspecto tiene Papá Noel. Que no es nada malo ni reprochable. Es mas, es normal. Pero, lo bonito era imaginar uno mismo a Papá Noel. Aunque, la verdad, tras tanto tiempo, le parecía que no era nada del otro mundo: Regordete; con pelo blanco, cuya continuación consistía en una inmensa barba del mismo tinte; vestido de rojo con ribetes blancos; un cinturón negro, que rodeaba su inmensa barrigota y ese inolvidable para todo el mundo, gorro rojo con ribete y bola blancos. Un día, un nino le había dejado una nota, agradeciéndole los regalos y peguntándole si esa bola, era en verdad de nieve. La curiosidad de un nino es impresionante. Sobre todo la de Rom. Seguro estaba, de encontrárselo dormido como cada Nochebuena, envuelto en mantas. Previamente habiendo apagado las brasas. Pero, ese juego de luces le había desvelado que no. Es mas, creía haber perdido el factor sorpresa. Bueno, ¿qué había de malo en dase a conocer a un nino? ¿Qué había de malo en cumplir su sueno de verlo? Sonar es bonito y hacer realidad esos suenos mejor todavía.

5

Rom se escondió, tras el tresillo que se hallaba al lado de la chimenea. Ese tresillo viejo, de color granate y beig, donde se sentaba con sus padres, cuando hacía frío, para calentarse en el fuego y en el cual había estado sentado toda su espera, hasta que Papá Noel había llegado, envuelto en su manta. Un pie, acompanado de una pierna regordeta, apareció por la chimenea. Dicho pie aterrizó, sobre los troncos. Luego llegó el otro pie y la otra pierna. Pronto llegó la barrigota. Sacando la cabeza con cuidado, Papá Noel apareció en el salón. La casa estaba amueblada de manera sencilla y humilde. Así era esta casa, humilde y sencilla. Casa de padres, cuya vida se la ganaban trabajando.
-Hola. ¿Eres Papa Noel, no?
El aludido se dio como tal y dirigió su mirada a su interlocutor. Ante sí, vio al nino de cinco anos que conocía. De revolucionado pelo castano, ojos marrones y curiosos y ese pijama color blanco grisáceo algo usado por el tiempo.
-Sí. Lo soy. Y si no me equivoco, y creo que no, tú eres Rom, ¿no?
Rom sonrió.
-Sí lo soy. ¿Conoces mi nombre?
-Sí, por supuesto que lo conozco. Yo conozco el nombre de todos y cada un de los ninos del mundo. Lo que es justo, ¿no te parece? Ya que todos y cada uno de ellos conocen el mío.
Rom se quedó pensativo un momento y al final dijo muy serio:
-Tienes razón, muy justo.
Papá Noel rió la sinceridad de Rom, a la hora de haberle dado la razón. Al momento dijo:
-Creo, de todos modos, que son horas de estar en cama ¿no? Los ninos buenos se van a dormir pronto, para que Papá Noel les deje regalos.
Entonces, Rom le preguntó de nuevo muy serio:
-¿Conoces a algún nino que no halla intentado al menos quedarse despierto parar conoce a Papá Noel?
Esta vez, Papá Noel rió agusto, la ocurrencia del muchacho.
-Tienes razón, Rom. Mucha razón. Bueno, pues ya me has visto –dijo Papá Noel, y giró sobre si mismo-. ¿Y bien? ¿Qué te parezco?
Rom clavó sus ojos en la figura enorme y roja de Papá Noel.
-La verdad es que me parece genial. Pues me hacía ilusión conocer a Papá Noel, hacía muchísimo tiempo. Pero, hay otra razón, por la que es genial conocerte.
Papá Noel notó cierta seriedad, mas de la habitual en Rom. Entonces, se dio cuenta de que lo que pretendía contarle el muchacho era importante.
-Tú dirás, Rom.
-¿Nos sentamos? –dijo Rom, senalando el sillón.
Papá Noel aceptó el ofrecimiento.

6

-He de pedirte algo que no es para mi. Veras, mis padres siempre me han comprado cosas, por estas fechas. Y aunque sean cosas viejas, el hecho de que sea pequeno no me impide darme cuenta del carino con que me lo regalan, y la pena y rabia que sienten al mismo tiempo por no poder comprame algo mejor, más nuevo. A mi, si te soy sincero, me da igual. El regalo viene de ellos y eso es lo más importante para mí. Y ese regalo, unido a su carino, es lo mejor que nadie me podría regalar todas las Navidades. Y yo sé que tú haces que todos los anos todos los ninos tengamos regalos. Y que cumples los deseos de los ninos de buen corazón. Y que si yo quisiera tú harías por que yo tuviera un regalo mejor. Pero, prefiero ser así, sencillo y humilde como mis padres. Por que si ellos no pueden tener algo mejor, yo tampoco lo necesito. Pues es su carino y su amor lo que me hace falta y lo que en realidad mas quiero. Por eso, quisiera que dejaras algo para mis padres. Creo, que se lo merecen. Mi madre necesita una bufanda nueva, pues la que tiene esta algo vieja y tiene muchos descosidos y agujeros, por lo que le entra el frío por todos los sitios. Y mi padre unos guantes nuevos, pues los suyos están también desgastados, de trabajar en el bosque con ellos. Si hiciera falta sacrificarme y quedarme yo sin regalos, me daría igual, pues como te he dicho antes, su carino es lo que realmente me importa. Ellos lo dan todo por mi. ¿Puede ser? ¡Por favor, Papá Noel! Por favor.
Papá Noel se quedó sorprendido por la petición de Rom. Pero al momento, dijo:
-Veo, de un rojo cristalino tu corazón, joven Rom. Ve a dormir. Que yo me encargo del resto.
-Gracias –dijo el nino y le plantó un fuerte beso en la barba, para después encaminarse a la cama, envuelto como siempre en la manta.

7

El día despuntaba. Era Navidad. Rom se levantó y como una flecha se fue hacia el viejo árbol de Navidad. Sus padres se le habían adelantado y miraban atónitos, dos paquetes, envueltos con mimo.
Su padre era un hombre delgado, pero de constitución fuerte y recio pelo moreno. Su madre, una mujer de pelo rubio y largo, con la piel del color de un campo de espigas al atardecer.
Rom vio que Papá Noel le había concedido su peticion. Era feliz.
-No me miréis así, papa, mamá. ¿Acaso no merecen los mejores padres del mundo un regalo en Navidad? ¡Feliz Navidad! Os quiero.
Y les abrazó y besó fuertemente.
Sus padres no pudieron mas y abrazaron a su hijo, llorando emocionados.
-¡Feliz Navidad, hijo! –dijeron los dos a coro, con la voz entrecortada por la emoción.

8

Al lado del árbol había otro regalo. Era para Rom. Se trataba de un jersey, de lana color pardo, para que estuviera abrigado en el invierno, que se desvelaba crudo en el pueblecito donde vivían. Era Navidad. Pero, en el corazón de Rom y de sus padres, siempre haría calor.

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